La Real Academia de Gastronomía está de luto por la muerte de Clara Mª González de Amezúa. Con ella no solo perdemos a una de las figuras más relevantes de nuestra gastronomía, sino también a una Académica muy querida.
Desde joven, Clara María tenía dos grandes pasiones, la jardinería y la gastronomía. ¡Qué gran embajadora se habría perdido la cocina española de haberse decidido por la primera!
Hizo de su pasión su profesión y en 1978 abrió las puertas de Alambique, cautivada por las aquellas tiendas de utensilios que había descubierto fuera de nuestras fronteras. Su talento, creatividad y visión fueron clave para convertir el establecimiento de la madrileña Plaza de la Encarnación en un referente para todo amante de la cocina. Y casi sin pretenderlo, se convirtió en una pionera en la difusión de nuestra gastronomía.
Lejos de quedarse ahí su legado, recorrió el mundo dando a conocer las bondades de uno de los productos más premiados de nuestra despensa, el aceite de oliva.
Nunca perdió su curiosidad, nunca dejó de aprender, y los que tuvimos la gran suerte de conocerla y tratarla no olvidaremos su calidez, su sabiduría y su enorme generosidad. Y echaremos de menos su permanente y luminosa sonrisa.